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exotique

Ahueco aún más la espalda y levanto la cabeza para oponer resistencia a la pelvis de Jacques, que me golpea con más ímpetu el culo. En esa ladera del montículo sobre el cual estamos, la maleza ha suplantado a la viña. Cuando el coño se me ha puesto profundamente sensible, no tengo más remedio que bajar los párpados y, a través de las pestañas, entreveo a la derecha el pueblo de Latour-de-France. Conservo la facultad de decirme: «Ahí está Latour-de-France», y de advertir una vez más su situación pintoresca sobre un altozano en medio del valle. El paisaje se ensancha. Conozco el momento en que mi placer ya no aumentará (cuando he tenido bastante, como se suele decir, sea cual sea la intensidad) y dejo correrse a Jacques, cuyas embestidas son ahora más espaciadas, hasta las tres o cuatro sacudidas del orgasmo, mientras me abandono a otro placer creciente: libre, circula y se apega al contorno de cada colina, las distingue unas de otras, y se deja cautivar por la magia de la tinta de las montañas en segundo plano. Amo tanto este paisaje móvil que se revela por paneles que caen pesadamente unos ante de otros, y me hace feliz allí, simultáneamente, verme inundada y rebosante del esperma que brota en alguna parte del fondo de mi vientre.

La vida sexual de Catherine M.
Catherine Millet

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